Tras la soberana paliza que le dio el sábado por la noche a Miguel Cotto, imponiéndose por nocaut técnico en la última vuelta, el filipino Manny Pacquiao no sólo tiene derecho a tocar algunos temas con su banda -- como hizo, según había anunciado incluso antes de la pelea -- y a tener todas las supuestas distracciones que se le atribuyen (y que nadie logra probar), sino, lo más importante, a haber ingresado al elitista Olimpo de los mejores de la historia.
Continuación de la lectura, Paquiao el más completo libra por libra...
Como muchos pensábamos, la velocidad y potencia de Pacquiao fueron demasiado para Cotto, que pese a haber puesto todo su corazón sobre el cuadrilátero, terminó viéndose como un boxeador mediocre y, en algunos pasajes, hasta aficionado.
Pero no es que Cotto lo sea. De hecho, ha sido una de las grandes figuras en los últimos años y su talento es innegable. Lo que ocurre es que, simplemente, nadie logra ver de dónde salen las manos de Pacquiao. Y allí radica su gran poder. Porque no hay golpe que haga más daño que el que uno no espera ni ve y, por ende, al momento del impacto la capacidad de absorción se ve ampliamente disminuida.
El ambiente era electrizante en las gradas, con poco más de 16 mil espectadores, divididos en mitades casi iguales de puertorriqueños y filipinos. Y la pelea no fue menos electrizante, desde el primer campanazo. De hecho, arrancó mejor Cotto, imponiendo su jab, con el que sacudía la cabeza del filipino. Pero a partir del segundo asalto Pacquiao se calzó el traje de súper héroe y a Cotto se le vino la noche encima, cuando con una derecha fulgurante lo mandó a la lona. Aún cuando el puertorriqueño estaba mal parado, ese golpe fue un mensaje bien claro.
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