Fueron las cámaras de circuito cerrado las que confirmaron sus mayores miedos: ahí estaba Jamie Blake, en la cocina del albergue, usando el microondas como si nada. Y dentro del microondas, se veía claramente, un gatito asándose vivo. Es la terrible historia que han tenido que escuchar los juzgados de Norfolk esta semana. Por lo visto, Blake se había hecho amigo del animal unos días antes; era un gato callejero común, llamado Buddy, que poco a poco adquirió la costumbre de acudir a la habitación del chaval para que este le diera de comer y le refugiara del frío otoño inglés. Pero entonces el historial como drogadicto de Blake le jugó una mala pasada.
De repente, se convenció de que el gato le estaba hablando. Diciéndole lo último que él quería escuchar. Que el ya fallecido ex novio de su madre estaba inyectándole heroína a su progenitora. Entonces hizo lo que, según su retorcida lógica, debía de hacer: meter a Buddy en el microondas común del albergue. "Por lo visto, se lo contó luego entre risas a otros residentes, contando que lo tuvo asándose durante tres minutos, matándolo. Dicen que se le veía muy jovial con esta situación", explicó, desde el banquillo de la acusación, la abogada Sarah-Jane Atkins.
Nadie se creyó la historia. Pero el pelo de gato que había por su habitación no podía obviarse. El albergue decidió investigar. El metraje del circuito cerrado muestra cómo sale de la habitación con Buddy cogido del lomo; más tarde se le ve meter el cadáver en una bolsa de plástico. Al día siguiente, se deshizo del electrodoméstico.
Blake era, al fin y al cabo, alguien con graves problemas mentales, o bien generados o bien agravados por su problema con las drogas. Había sido ingresado en el albergue -una residencia financiada por el Estado para acoger a adultos sin hogar, los vulnerables y los excluidos socialmente- hacía relativamente poco, cuando confesó haber robado comida por valor de cinco libras con 99 centavos de una gasolinera de Thetford el 12 de septiembre. Esto le reactivó una sentencia de cuatro semanas de la que se le había eximido, y se le envió al albergue. Los hechos tuvieron lugar el día 27.
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De repente, se convenció de que el gato le estaba hablando. Diciéndole lo último que él quería escuchar. Que el ya fallecido ex novio de su madre estaba inyectándole heroína a su progenitora. Entonces hizo lo que, según su retorcida lógica, debía de hacer: meter a Buddy en el microondas común del albergue. "Por lo visto, se lo contó luego entre risas a otros residentes, contando que lo tuvo asándose durante tres minutos, matándolo. Dicen que se le veía muy jovial con esta situación", explicó, desde el banquillo de la acusación, la abogada Sarah-Jane Atkins.
Nadie se creyó la historia. Pero el pelo de gato que había por su habitación no podía obviarse. El albergue decidió investigar. El metraje del circuito cerrado muestra cómo sale de la habitación con Buddy cogido del lomo; más tarde se le ve meter el cadáver en una bolsa de plástico. Al día siguiente, se deshizo del electrodoméstico.
Blake era, al fin y al cabo, alguien con graves problemas mentales, o bien generados o bien agravados por su problema con las drogas. Había sido ingresado en el albergue -una residencia financiada por el Estado para acoger a adultos sin hogar, los vulnerables y los excluidos socialmente- hacía relativamente poco, cuando confesó haber robado comida por valor de cinco libras con 99 centavos de una gasolinera de Thetford el 12 de septiembre. Esto le reactivó una sentencia de cuatro semanas de la que se le había eximido, y se le envió al albergue. Los hechos tuvieron lugar el día 27.
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